lunes, 29 de noviembre de 2021

Omicrón, el control de la sociedad a través del miedo



En la novela 1984 de Orwell se trata de manipular la información con el objetivo de controlar a la sociedad. Para ello además se dispone de una vigilancia masiva y de unos instrumentos represivos que son tanto políticos como sociales.

Hace ya tiempo que vivimos en una sociedad orwelliana. Algunas, como la china, son un calco exacto de lo descrito en la novela de Orwell. Millones de cámaras vigilan a los ciudadanos del gigante asiático. Literalmente. El estado chino es capaz de seguir y registrar la vida de cualquier ciudadano por muy anónima que parezca.  Disponen de versiones clonadas de las grandes redes sociales occidentales porque es peligroso que accedan a informaciones "no depuradas" y cuando se alza alguna voz disiente que denuncia, se la hace desaparecer. Si tal voz tiene cierto eco internacional, como ha ocurrido recientemente con la tenista Peng Shuai, se la "reeduca" para que no se vuelva a salir del guión.  Si ello es imposible, el sujeto se desvanece. Así ha ocurrido a menudo no solo con individuos disidentes aislados, si no con pueblos enteros como los uigures, con sectas como Falun Gong o con el último resquicio de libertad en Asia representado por Hong Kong. 

China dice sin decirlo que todo ello redunda en beneficio del pueblo, por supuesto. Cuando ocurren acontecimientos inesperados, como el brote de coronavirus de Wuhan, lo que falla es que se escape la información, no el control de la enfermedad en sí. Si los mecanismos de control hubieran sido perfectos habrían muerto de millones de chinos sin que nadie del resto del Planeta se hubiera enterado. Esto ha sido una lección que los dirigentes chinos ya han aprendido con toda seguridad. A la próxima será difícil, si no imposible, que se filtre nada.

En Occidente también vivimos en una sociedad orwelliana. Igual de macabra que la China pero con la apariencia de una democracia, lo que es todavía más siniestro. Estamos igual de vigilados - para lo bueno y para lo malo -  pero la represión política no se ejerce de forma directa si no que se canaliza a través de la presión social. Los medios de comunicación que difunden mensajes afines al gobierno de turno reciben el soporte económico del mismo a través de subvenciones o albergando campañas institucionales (que son, en cierto modo, otro tipo de subvención). Cuando alguien se sale del guión es muy fácil azuzar a la masa a través de las redes sociales para que la persona, grupo o partido político quede abochornado por no seguir el mantra que todos repiten sin saber muy bien qué significa.

En España no somos ajenos, ni mucho menos, a este tipo de manipulación. De hecho somos bastante paradigmáticos al respecto.  La izquierda ha conseguido asociar a la derecha los sambenitos de maltratadores, anti vacunas y negacionistas del cambio climático mientras son cargos de la izquierda los que han sido enjuiciados por maltrato, se vacunaron en primera instancia por delante de los ancianos de su localidad o viajan en jet privado a actos donde se aboga por las energías renovables.

La pandemia de coronavirus ha constituido el toque de gracia a la poca libertad que nos quedaba. En España miles de personas fueron multadas por saltarse un confinamiento que luego fue declarado inconstitucional. Los medios de comunicación los señalaban como causantes de la extensión de la epidemia mientras los sanitarios carecían de mascarillas o trajes de protección y las residencias de ancianos se convertían en lugares aislados donde las personas morían, sin derecho a la tan cacareada sanidad universal, ante la total ineficacia de las autoridades. 

En paralelo apareció la idea del "supercontagiador", un individuo portador del virus que contagiaba a una cantidad ingente de personas. Se llegó a decir que uno de estos tipos, en concreto en Italia, había propagado la enfermedad entre decenas de participantes de una carrera de fondo celebrada al aire libre. Era más fácil decir algo así, que no ocurre ni con el virus del sarampión, el más contagioso que se conoce, que admitir que el virus corría libremente desde hacía tiempo al no haber establecido controles en los aeropuertos. También se tardó muchísimo en admitir que el virus se propagaba por el aire.

Cuando fueron apareciendo "olas", se echó la culpa a los jóvenes que se iban de botellón y fiesta. Nadie decía que la relajación en el uso de las mascarillas y la flexibilización en los viajes, que tan bien iban para la economía, podía estar detrás del incremento de los contagios. Era más fácil criminalizar a una parte de la sociedad que sufre un paro galopante y que trabaja en lo que puede, mal remunerados, y se mata a estudiar aún a sabiendas que el futuro lo tienen negro. 

Cuando las cifras del COVID fueron a mejor dejaron de mostrarse las hordas de jóvenes celebrando fiesta por la calle, que siguieron produciéndose, PORQUE ELLO DESVIRTUABA EL RELATO OFICIALISTA. Si seguían de fiesta, ¿por qué no subía el índice de contagio? 

Como a todo valle le sigue una montaña, de la cuesta que ahora subimos se ha decidido culpabilizar a los negacionistas de las vacunas, un colectivo que siempre ha existido y cuya posición no es defendible desde un punto de vista científico pero que, como democracia, debemos respetar. Negarles asistencia médica u obligarles a vacunarse no son de recibo a menos que nos queramos equiparar a otros países donde las voluntades contrarias se las hace desaparecer. Que algún político se haya expresado a favor de forzar a parte de la sociedad a vacunarse contra su voluntad es sintomático del colapso intelectual de nuestros dirigentes.

Viene todo lo anterior respecto a lo ocurrido con Omicrón, una variante del virus que ha venido muy bien a muchas "democracias" occidentales para justificar una acción de cierre de fronteras que tapara el incremento de contagios dentro sus propios territorios. 

Los virus mutan a diario y lo hacen mejor allí donde no se le ponen impedimentos. Sin vacunas y con una red asistencial deficiente el mejor lugar que tienen los virus para sobrevivir son los países del Tercer Mundo. Curiosamente, espero no sorprender a nadie, países que prácticamente no han tenido acceso a las vacunas porque son caras y porque nos las hemos hecho exclusivas. 

Mientras las naciones desarrolladas y prósperas acababan de vacunar a toda su población - y había que ver cómo se hinchaban de orgullo los políticos que decían haber conseguido tal hazaña - en el Tercer Mundo el virus se convertía en endémico, no para tales lugares, si no para Europa y Norteamérica. "Gracias" a la acaparación han conseguido que ahora el coronavirus nos llegue cada invierno, con un formato diferente, y que tarde o temprano todos nos inmunicemos no por efecto de las vacunas, si no  porque en realidad hayamos pasado la enfermedad con mayor o menor gravedad. Ese es el mejor legado que dejaremos a futuras generaciones. Mucho mejor que el Cambio Climático, dónde va a parar.

El caso de Omicrón es curioso porque, sin evidencia científica, se le ha considerado de máxima peligrosidad cuando todo apunta a que la mutación que presenta  se resuelve igual que las otras variantes conocidas (o muy bien, o muy mal, pero como todas). A alguien le vino bien apuntar a Omicron cuando la situación en Europa y Estados Unidos estaba desatada desde hacía semanas y porque a fin de cuentas, estigmatizar a Sudáfrica es fácil (a China no tanto, que la mayoría de los bienes llegan de allí). Hubo hasta un momento en que se deja ir la noticia, casi escogido con esmero, para que coincida con la apertura de la Bolsa el viernes y deje los valores bursátiles por los suelos cuando de haberlo hecho en fin de semana habría dado tiempo a que algún científico valorara lo ocurrido y calmara el histerismo.

Todo es tan curioso en esto del coronavirus...

Ahora que ya sabemos que la culpa la tuvieron los supercontagiados, los jóvenes de botellón, los antivacunas y Omicrón, cabe preguntarse a quién echarán la culpa en 2056 cuando la enésima variante  aparezca. Tal vez, por entonces - lo digo sin esperanza - sepamos quién se ha forrado con todo este asunto, por qué se ha hecho tan poco caso a la comunidad científica, por qué se ha señalado a aquellos que disentían sin salirse ni un milímetro de la lógica científica - véase el caso del Doctor Carballo - y qué nos has fallado como sociedad para ser incapaces de darnos cuenta de la realidad de las cosas.

Para entonces seguramente la política del miedo - a los franquistas, a la ultraderecha, al cambio climático,  a ser considerado negacionista de la doctrina que todos admiten como verdadera - ya ni siquiera nos haga preguntar el por qué de las cosas.


domingo, 21 de noviembre de 2021

¿Por qué algunas personas no pueden bajar de peso aunque hagan dieta?



El tema de la obesidad en humanos ha hecho correr ríos de tinta desde que nadamos en la abundancia alimentaria  algo que ocurre, y sólo en determinadas zonas del Planeta, desde hace relativamente poco tiempo en términos de existencia del ser humano como tal. Hace mil años los "gordos" eran observados con incredulidad y quasi veneración por sus coetáneos que a duras penas comían una vez al día si tenían suerte. Sin irse tan lejos en el tiempo, en España no se acabó con el hambre endémica hasta los años 50 del siglo pasado.


Para quien crea que con los actuales avances en medicina estamos a un paso de solucionar el problema de la obesidad está muy equivocado. De hecho no se puede solucionar un problema si no se conoce la causa del mismo y por el momento se saben muchas cosas pero no se encuentra la correlación exacta entre ellas ni la piedra filosofal que mueve el engranaje de la obesidad. Ya le gustaría a más de una empresa estar en posesión de la receta infalible, de la poción milagrosa que evitara la obesidad. Esa receta, junto la que haría crecer el pelo a los calvos, probablemente sean las más buscadas por la industria en estos momentos.

Lo que se sabe a ciencia cierta es que nuestro cuerpo ha cambiado poco en los últimos 10.000 años, es decir, que seguimos teniendo la estructura genética de un cazador hambriento de la Prehistoria. Como tales, almacenamos grasa para poder soportar largos periodos de inanición siendo patente que nuestro cuerpo no se ha enterado que hace ya tiempo que no vamos detrás de rebaños de mamuts y bisontes.

Una buena estrategia para el cazador prehistórico era tener siempre hambre. El hambre es un buen acicate para la búsqueda de alimentos puesto que aguza el ingenio para conseguirlos. También se sabe en la actualidad que el cerebro de muchas personas no activan el "alto" a la hora de alimentarse por lo cual nunca o casi nunca se sacian. Esta situación que ahora se considera "compulsiva" era probablemente una ventaja evolutiva para el cazador de una tribu : si se hubiera saciado con la primera pieza de caza que hubiera capturado no habría llevado más carne al poblado que dependía de él.


También se conoce que cuando nuestro cuerpo carece de comida hecha mano de las grasas acumuladas. Para ello disponemos de adipocitos, unas células especializadas en la acumulación de grasas. Cuanta más células tengamos, mayor será la cantidad de tiempo que podamos sobrevivir sin comida alguna. Para una persona de complexión media privada de alimentos pero con acceso al agua - sin la cual no podemos vivir más de tres días - el tiempo máximo de vida se cifra en torno a los tres meses. Se ha comprobado que algunas personas con obesidad mórbida pueden sobrevivir ingiriendo solamente agua y complejos vitamínicos alrededor de  un año sin peligro para su salud.

Si tenemos muchos adipocitos es más fácil engordar que perder peso. Tener más o menos adipocitos depende de la situación alimentaria en que nos encontremos y de nuestra edad. Si hay comida en abundancia y a nuestro cerebro le cuesta enviar la orden "para de comer", se crearán más adipocitos y la grasa se irá acumulando. El proceso se acelera mucho si esto ocurre cuando somos niños puesto que los adipocitos se crean en esa época de nuestra vida mucho más fácilmente. El problema es que los adipocitos se crean pero no se pueden eliminar, así que si fuimos obesos en nuestra niñez por muy estilizados que nos quedáramos en la adolescencia, cuando seamos adultos el fantasma de la grasa nos asaltará al menor descuido.

También parece ser que al igual que los genes fijan el color de nuestro pelo y nuestra altura, también tienen prefijado un determinado peso corporal.  La teoría del Set Point (Keesey, 1980) dice que el cuerpo humano actúa con el peso de la misma forma que hace con la temperatura corporal o la presión sanguínea : existe un punto de equilibrio que se trata de recuperar cuando se produce una descompensación. Si nuestra temperatura corporal baja, el cuerpo reacciona para alcanzar la temperatura normal. Pues bien, lo mismo ocurre con nuestro peso. Genéticamente hablando estamos pre programados para un determinado peso que a menudo no coincide con nuestro ideal, generándose una enorme frustración entre aquellos que desean parecerse a modelos inalcanzables. Esto explicaría el efecto rebote de las dietas agresivas en individuos que no están "preparados genéticamente para las mismas". Aquí interviene la genética.

Tenemos que todos nacemos con los mismos adipocitos pero nuestro metabolismo basal es diferente sin que podamos hacer nada al respecto. Esto indica que la diferente forma de quemar las calorías entre los sujetos debe tener una razón genética a igual modo de vida, edad, sexo etc.. Pues bien, algunas investigaciones parecen indicar que la obesidad se hereda a través del ADN mitocondrial.
El ADN mitocondrial es el material genético de las mitocondrias, los orgánulos que generan energía para la célula. Dependiendo del tipo de carga genética vendrá determinada la capacidad del individuo para quemar calorías a nivel celular. A menor herencia de ADN mitocondrial, menor será la capacidad de quemar grasas. El ADN mitocondrial se recibe sólo de la madre, lo cual no quiere decir que sólo dependa de una madre obesa que nuestro hijo sea o no obeso. Hay otros muchos factores que pueden influir pero probablemente sea el ADN mitocondrial uno de los más importantes.
Así que imaginemos dos progenitores, o sólo uno de ellos, con problemas de obesidad, con muchos adipocitos y con una tasa metabólica baja. Esto no significa que nuestro hijo vaya o deba de padecer problemas de obesidad pero en cierta manera está predestinado. Si no controlamos al niño es posible que se convierta en una persona que ingiera más comida de la necesaria y se convierta en obeso.

Hasta hace poco no se sabía qué genes estaban implicados en la forma que tienen los humanos en alimentarse. La primera persona en identificar el gen responsable del apetito insaciable fue Jane Wardle del Departamento de Epidemiología y Salud Pública del University College de Londres.

El estudio indicaba que el gen FTO era el responsable de que nuestro cerebro regulara el apetito. Se descubrió que existía una variante "mala" de dicho gen y que los individuos portadores comían raciones por encima de lo necesario, siendo posibles víctimas de la obesidad. 

Todo lo visto anteriormente explicaría por qué algunos individuos pueden comer grandes cantidades de comida sin engordar. Y el por qué, cuando dejan de hacerlo, recuperan el peso anterior con suma facilidad. Se sabe que esta gente "eternamente delgada" se sacian con facilidad, generalmente descienden de padres delgados, fueron delgados de niños y probablemente dispongan de genes "buenos". También cabe decir que es posible que situados hace mil años, cuando la hambruna era corriente en el Mundo, hubieran sido los primeros en sucumbir.

Más tarde diversos estudios indicaron que no eran tan simple la relación entre el gen FTO y el apetito, señalando otros genes causantes tan o más importantes que el FTO.

Hace relativamente poco tiempo ha aparecido una noticia que abre un nuevo frente sobre las causas de la obesidad al señalar la flora bacteriana del intestino como una posible causante. Así, los obesos tienen una flora intestinal más pobre que los delgados.

En cualquier caso la pregunta es ... ¿por qué no puedo bajar de peso?

Para responder a esta pregunta en primer lugar debemos fijarnos en nuestros ancestros. Si nuestros padres han sido obesos es más que probable que también lo seamos nosotros si "seguimos nuestros impulsos genéticos". Según los estudios la obesidad de la madre es más determinante que la obesidad del padre, así que primero la miramos a ella.

En segundo lugar buscamos las fotografías de nuestra niñez y comprobamos si éramos niños gordos. Si ciertamente lo éramos es seguro que portemos un carga de adipocitos importante. Poco importa que de jóvenes fuéramos estilizados, porque los adipocitos no se destruyen y ahí están, acechando. Son células muy eficientes que se hinchan rápidamente y a las que les cuesta adelgazar.

El hecho de que parte de la culpa venga dada por la carga genética, que en principio no se puede evitar ni modificar, no significa que no podamos hacer nada para luchar contra el destino.

Si somos padres y además obesos debemos cuidar que nuestros hijos no coman en exceso ni sobrepasen durante la niñez el percentil adecuado. Con ello evitaremos que tengan adipocitos extras que les amarguen la madurez. Un niño gordo no es un niño sano.

Otra tarea importante es modificar su tasa metabólica para que sea rápida y eficiente, es decir, que queme las calorías con la misma velocidad con que le llegan. Para ello es imprescindible que haga ejercicio - algo tan simple como caminar durante media hora al día es suficiente - y sobretodo que "domestique" su cuerpo para ingerir cada tres horas muy poca cantidad de alimentos y así "engañar" al cerebro con una teórica abundancia que en realidad no existe. De esta manera se consigue entrenarlo para que genere la orden de saciedad sea cual sea la carga genética de la cual dispongamos. Supongo que no hace falta decir que también es necesaria una dieta rica y equilibrada.

Si ya somos adultos, el proceso es similar : ejercicio moderado y alimentación regular cada tres horas,  desayunos abundantes y cenas muy ligeras, dieta equilibrada, consumir mucha agua - indispensable para una buena metabolización de los alimentos - evitando las dietas salvajes que son un sin sentido ya que vamos a practicar una forma de alimentarnos que nos acompañará de por vida y nadie puede soportar una dieta bestialmente inhumana. Podemos tardar un año en adaptarnos al nuevo estilo de vida y llegará un momento en que nuestro peso no bajará. Nos guste o no ese es el peso para el cual nuestro cuerpo está preprogramado y no debemos frustrarnos por ello mientras estemos sanos.

martes, 9 de noviembre de 2021

¿Comer menos para vivir más?

Un experimento de biología clásico es aquel en el que se seleccionan dos grupos de ratones de laboratorio. Al primero se le da comida en abundancia, mientras que al segundo se le raciona casi hasta morir de hambre, pero sin una falta real de nutrientes. Los resultados son casi siempre los mismos: los ratones bien alimentados mueren mucho antes que los mal alimentados.

Este fenómeno se explica por el hecho de que el exceso de comida puede provocar enfermedades como la diabetes o de tipo coronario que cobran un precio fatal en el individuo glotón. La obesidad también es un factor de riesgo a la hora de contraer cáncer. Sin embargo, estos simples experimentos no pudieron explicar por qué algunos individuos bien alimentados vivieron mucho más tiempo de lo esperado y por qué otros ratones con una dieta espartana murieron antes de lo pronosticado.

Hace mucho tiempo que se descubrió que la longevidad de un individuo estaba estrechamente relacionada con la forma en que se dividían las células. Está claro que los individuos envejecemos constantemente y que por ley natural cuando ya hemos cumplido una buena cantidad de años, morimos. Eso no significa que todos muramos de la misma manera. Algunas personas están programadas genéticamente para vivir muchos más años que el resto de las personas, mientras que otras envejecen mucho peor, no solo internamente, sino a nivel celular.

Nuestro cuerpo está formado por células que se dividen para reemplazar a otras que ya han completado un ciclo de vida. Algunas, como las neuronas, no lo hacen y por tanto cuando perdemos algunas de ellas es una desaparición irremediable.

Se supone que la copia de cada celda es una copia idéntica de su "madre", pero en realidad no lo es. Con cada división se pierde parte del código genético y al final la célula resultante es inviable y muere. Es lo que llamamos envejecimiento. Para establecer un simple paralelismo es como si hiciéramos fotocopia de una fotocopia de un documento y así sucesivamente. Al final, resultaría que no podríamos leer el texto que contenía y, por lo tanto, sería inútil. Otras veces, los errores de copia pueden generar errores genéticos que, de no ser corregidos por los genes correspondientes, podrían conducir a enfermedades cancerosas.

Los telómeros son protectores de los cromosomas que les impiden dividirse si van a formar nuevas células defectuosas. Cuanto más largos sean los telómeros, es menos probable que se produzca una falla en la copia. La longitud de los telómeros se hereda de nuestros padres. Entonces, si nuestros padres vivieron muchos años, lo más probable es que nuestros telómeros también sean largos y, a menos que tengamos un accidente fatal, nuestras vidas serán tan o más largas que las de ellos.

Aunque los telómeros sean largos también sufren desgaste, por lo que los individuos más viejos mostrarán signos de senescencia independientemente de la longitud, aunque probablemente lo hagan más tarde que otros individuos con telómeros cortos.

¿Hay alguna forma de cambiar la longitud de los telómeros? Sí, a través de la enzima telomerasa descubierta en 1985 por Elizabeth Blackburn y Carol Greider. El descubrimiento de esta enzima abrió todo un campo para prevenir el envejecimiento natural de las células y más de uno se frotó las manos pensando en sus posibilidades farmacéuticas. Pero hay una trampa: si inyectamos telomerasa en un individuo, la posibilidad de desarrollar cáncer también aumenta. Las células cancerosas son células inmortales y sus copias son clones perfectos de sí mismas. Si lamentablemente alguna célula del cuerpo del paciente tiene errores genéticos y por tanto es pre-tumoral, al inyectar telomerasa estamos facilitando que dicha célula se convierta en el germen de un cáncer.

Hay estudios que indican que para utilizar la telomerasa de forma eficaz sería necesario incrementar las defensas del cuerpo humano a través del gen P53, que es el que destruye las células cancerosas de forma endógena. Esto se ha logrado en ratones pero de momento no está claro cómo hacerlo con humanos.

A medida que continúa la investigación, varios estudios han argumentado que algunos alimentos pueden proteger los telómeros. Por ejemplo, investigadores turcos indicaron que el propóleo, una sustancia creada por las abejas, es capaz de influir en la enzima telomerasa. Otros estudios indican que consumir folatos de lentejas, espinacas y cereales integrales tiene un efecto similar. Y lo más sencillo, y algo que los ratones gordos del experimento ya adivinaron para su desgracia, comer mucha fruta y verdura y un bajo contenido en grasas de origen animal también protege los telómeros.

También han comenzado a aparecer pastillas que contienen supuestos elementos protectores, algunas de ellas basadas en plantas medicinales tradicionales chinas como el astrágalo -de hecho, un tipo de leguminosa- y que se venden a precios astronómicos. No está demostrada su eficacia y ciertamente son mucho más caras que seguir una dieta de tipo mediterráneo, que tiene un efecto similar.

Por el momento sabemos qué hacen los telómeros pero no cómo alterarlos para que vivamos más, comamos o nos mueramos de hambre.

viernes, 30 de diciembre de 2016

¿Sabías que la letra "A" representa la cabeza de un buey?

Cuando los niños empiezan a ir a la escuela deben aprender algunos conceptos de memoria porque, a primera vista, parecen carecer de lógica y el único recurso de aprendizaje es el memorístico. Ocurre con la tabla de multiplicar. Si preguntáis a muchos de los profesores de educación primaria por qué se obliga a los niños a aprender la tabla de multiplicar os dirán que no hay otra manera de realizar cálculos complejos. Pero si a continuación les preguntáis el por qué no se obliga a memorizar tablas de división, por ejemplo, seguramente os responderán con un balbuceo, síntoma inequívoco de que no saben la razón de lo uno ni de lo otro.

Esto ocurre porque las matemáticas no se explican del modo en que fueron descubiertas, como una respuesta a una necesidad concreta del cálculo, si no como un producto ya terminado donde primero se explica el proceso y después o nunca la razón de su existencia. 

Otro clásico en el aprendizaje memorístico de la especie humana, al menos en Occidente, consiste en aprenderse de carrerilla el alfabeto. Parece una ordenación aleatoria de signos que el capricho colocó en un orden aún más aleatorio donde conviven símbolos útiles como la "A" y otros aparentemente prescindibles como la "H". Pero el capricho es sólo aparente. Cada signo tiene una razón de existir y una historia bien curiosa.

Los dos primeros pueblos que contaron con escritura fueron los sumerios y los egipcios. Los primeros desarrollaron la escritura cuneiforme en que cada signo representaba valores fonéticos y silábicos. Los egipcios a su vez, con cierta posterioridad, dieron con la escritura jeroglífica. Ambos sistemas eran complejos y dificiles de aprender a medida que de los símbolos originales, fáciles de leer, se fueron estilizando y pasaron a representar conceptos abstractos. Se calcula que existían alrededor de 2000 símbolos en la escritura cuneiforme y en algunos periodos tardíos de la historia egipcia se alcanzó la cifra récord de 6000 símbolos jeroglíficos.

¿Qué ocurre con un lenguaje escrito que cuenta con tantos miles de símbolos distintos? Que es extremadamente complicado de aprender y su uso se reservaba a una élite que podía dedicar años de estudio a su manejo y comprensión. En la época de Egipto y Sumeria ser analfabeto era lo normal, incluso para los más poderosos que preferían dedicar su tiempo a menesteres relacionados con la guerra o el comercio. El uso de la palabra escrita se reservaba a un exclusivo funcionariado - escribas en Egipto - que llevaban las contabilidades y consignaban por escrito los hechos relevantes de los gobernantes. Como todo obrero celoso de su pecunio, a estos letrados les interesaba hacer la escritura algo tan complicado que desanimara a la posible competencia. Por esta razón la escritura, en lugar de evolucionar hacia la sencillez, se fue haciendo cada vez más complicada.

Hacia el siglo XX antes de Jesucristo un grupo de semitas que vivía en Egipto , no se sabe si en libertad o en esclavitud, hizo un progreso asombroso. Alguien o algunos dedujeron que los símbolos podían utilizarse no por su propio valor simbólico, sino por su sonido. Si tenemos un símbolo que representa una vaca puede también emplearse para representar el sonido "v" inicial. De la misma manera, del símbolo que representa una oca emplearemos la "o" y del que define a una yegua hacemos lo mismo con la "y". Si juntamos los tres símbolos, vaca + oca + yegua es muy difícil extraer ningùn significado más allá de que los tres son animales. Pero si unimos los sonidos iniciales el resultado será "voy", es decir, la primera persona del presente del verbo "ir". Y esto sí tiene significado.

La gran importancia de esta genial invención fue que cualquier símbolo podía ser representado por un número finito de los mismos, que a su vez se habían escogido porque tenían un valor fonético diferenciado. Y el ser humano es capaz de emitir un número limitado de sonidos vocales, por lo cual la totalidad de los 6000 símbolos que llegó a tener el lenguaje escrito de los faraones podrían haber sido representados por apenas dos docenas de los mismos. No ocurrió así por corporativismo de los escribas y los sacerdotes ya que de hecho en el pasado se habían hecho experimentos en ese sentido que no fructificaron. A nadie le interesaba que fuera "fácil" escribir por aquello de que la democratización del conocimiento podría llevar a que los letrados perdieran su trabajo.

A primera vista podría parecer que sustituir un símbolo por una cadena de los mismos hace más complejos los escritos. Esto es cierto con los símbolos más simples. El símbolo que representaba una vaca era comprensible hasta para los analfabetos. En cambio, utilizar el valor fonético de otros símbolos para representar la "v", la "a" y la "c" requerían algo más de esfuerzo. Pero no mucho más ya que sólo había unas pocas decenas de símbolos. Ya nadie se quedaba mudo ante un símbolo desconocido : aunque no se entendiera su significado al menos se podría pronunciar. Es algo que nos ocurre incluso en la actualidad. Podemos "leer" una palabra en alemán o inglés aunque no sepamos qué significa. Otra cosa ocurre cuando los signos son desconocidos. Ante una palabra escrita en alfabeto cirílico sólo adivinamos algunas letras por similitud con al alfabeto latino y ante ideogramas japoneses somos incapaces siquiera de emitir sonido alguno que represente el símbolo escrito.

Los semitas que vivía en Egipto difundieron su invención por todo el este de Asia Menor y fueron otros semitas, los fenicios, los que se encargaron de difundirlo por el mundo conocido. Era tan simple y fácil de aprender que el lenguaje escrito se hizo popular. Ya no era raro que hasta el más humilde artesano firmara con su nombre las piezas que realizaba a pesar de que su capacidad para escribir o leer fuera más que limitada.

Los fenicios poseían un alfabeto de 22 símbolos que procedían de objetos cotidianos y los cuales se empleaban por su valor fonético. Con sus más y sus menos, es el mismo alfabeto que seguimos utilizando en Occidente hoy en día.


El primer símbolo era "Alef" que significa "buey" en fenicio. Con un poco de imaginación podemos ver en ella que se trata de la representación de la testuz del animal con sus dos cuernos. Con una rotación queda claro que es nuestra letra "A" mayúscula. No siempre fue una vocal. Los semitas no emplean vocales y fueron los griegos, cuyo lenguaje indoeuropeo sí precisa de vocales, los que le dieron el sentido actual. Ellos la llamaron "Alfa" cuando la tomaron del fenicio. Los nombre griegos de las letras carecen de significado puesto que se trataba de dar nombre a un símbolo extranjero.


Bez. Aunque no lo parezca, la de arriba es nuestra letra "B". Significa "casa" en fenicio y muestra, de modo muy esquemático, la disposición en planta de un hogar cananeo aunque probablemente proceda de un antiguo signo jeroglífico egipcio que representa un refugio de cañas.



Gimel. Significa "camello" aunque el símbolo representa probablemente un bastón curvado. Los gregos la llamaron "gamma" y los romanos la adaptaron como "C" (esta es la razón por la cual los occidentales, herederos de la cultura romana, listamos las letras como A, B, C... en lugar de A, B, G como hacen los alfabetos orientales).



Dalez. Es la palabra que significa "puerta" aunque en origen debió representar a un pez. Los griegos la llamaron "delta" y ha llegado a nosotros como la letra "D".



Je, Esta letra os será más familiar ya que os recuerda  - y de hecho es - nuestra "E".  En fenicio "he" significaba "ventana" aunque es probable que el símbolo original representara a un hombre con los brazos alzados hacia el cielo en posición de oración.



Waw. En fenicio "waw" significaba gancho y no fue hasta el siglo VII de nuestra era cuando en Inglaterra derivó hacia la letra "w". En efecto, por mucho que se le parezca, el símbolo no es una "i griega".


Zayin, No se sabe muy bien qué objeto representaba aunque hay consenso en que se trataba de algún tipo de arma, seguramente una espada. Si trazamos la línea superior y pasamos de forma rápida a hacer la inferior nos saldrá una especie de "Z" que es exactamente la letra en que derivó en el alfabeto occidental.



Jez, Fácil de entrever que de "ahí" salió nuestra letra "H". Para los fenicios representaba una valla, un cercado, algo también lógico si contemplamos el símbolo.



Yodz. La mano. Aunque sea difícil de entender, "eso" dio lugar a nuestra J. Tampoco el símbolo ayuda demasiado a entender por qué era una mano...



Kaf. La palma de la mano (tal vez indicando los surcos o líneas de la misma). Es fácil y correcto asociarla con nuestra "K" con una simple rotación hacia la derecha.



Lamez. Representa un cayado de los que se emplean con el ganado y con el transcurso de los milenios se convirtió en la "L".



Mem. Uno de los símbolos más explícitos y que podemos encontrar fácilmente en cualquier jeroglífico egipcio como representativo de los cursos del agua, entre ellos el Nilo. Así que nuestra "M" en realidad significaba "agua" para los fenicios.



Nun, Para los fenicios "nun" significaba "pescado" aunque es probable que proceda del símbolo egipcio que representaba a la serpiente. Es fácil deducir que de "nun" procede nuestra letra "N".



Samekh. También significaba "pez" y transcurridos los siglos para nosotros es la letra "X".


Ayin. El "ojo" fenicio se convirtió en nuestra "O".


Pe. Casi sin variación la "boca" fenicia formó nuestra "P". Los griegos la emplearon tanto para su alfabeto como letra "Pi" y para representar con ella la relación existente entre el diámetro y el perímetro de la circunferencia. Fueron los romanos quienes cerraron el trazo derecho en vertical para dar lugar a nuestra "p" mayúscula.


Qopf. El símbolo del "mono" derivó siglos más tarde en nuestra "Q", síntoma de que no siempre la transformación ni es lógica ni parece tener mucho sentido.



Resh. Otra letra importante. La "cabeza" fenicia se convirtió en nuestra "R" y fueron los romanos los que después de voltearla añadieron el trazo inferior derecha para diferenciarla de la "P".


Shin. El "diente", que podría haber generado fácilmente la "W", en realidad se convirtió en la sigma griega y más tarde en nuestra "S".


Taw. La "marca" fenicia se convirtió en la "T" occidental.


Así que mientras nuestros niños recitan sin entender el significado el "a, be, ce, de, e, fe, ge, hache, i ...." un niño fenicio hacía lo mismo diciendo - entendiendo lo que decía - cabeza de buey, casa, camello, puerta, ventana, gancho, espada, vallado, palma de la mano, agua, pescado, ojo, boca, mono, cabeza, diente y marca, todo ellos elementos propios de una civilización que acababa de descubrir la agricultura, la ganadería y el sedentarismo.

No estaría de más que los niños actuales supieran la razón de las cosas que parecen, en principio, artificiales y convenidas.



lunes, 14 de noviembre de 2016

¿Por qué dormimos?

Aunque para el ser humano y otras especies el sueño es necesario, hasta la fecha nadie sabe a ciencia cierta por qué dormimos. Sí sabemos que privar del sueño a muchas especies les provoca la muerte en un corto espacio de tiempo, así que se trata de una función tan necesaria como la respiración o la alimentación.
Esto no significa que no se hayan propuesto varias teorías que siguen sin responder a preguntas básicas sobre el mecanismo que regula el sueño o cuál es la duración deseable para el mismo, entre otras muchas.

Una de las primeras teorías que se formularon y que sigue siendo muy popular es que el sueño deviene en un mecanismo de conservación energética. Los que defienden esta teoría sostienen que si nuestro cuerpo estuviera activo las 24 horas del día sería necesario realizar un aporte energético al mismo de forma constante. Mientras dormimos el metabolismo se reduce hasta en un 10% en los humanos y mucho más en otras especies, por lo cual no es necesario hacer un aporte energético al mismo : si no gastamos no necesitamos ingresar, sería la propuesta. Algunas especies como el gato doméstico duerme alrededor del 60% del tiempo y el koala, una especie que tiene una dieta pobre, apenas está despierto 3 horas al día. Si ese aporte energético fuera posible, ¿dejaríamos de dormir? En principio no ya que el acceso a comida en sociedades avanzadas está asegurado en todo momento y no por eso dejamos de necesitar dormir, si bien se podría argumentar que estamos evolucionando hacia una situación en que el ser humano dormiría menos y hacia la cual no nos hemos adaptado completamente, algo muy discutible.

Otra teoría dice que el sueño es una función reparadora de nuestro cuerpo. Mientras dormimos el cuerpo realiza diversas tareas, como el crecimiento de los músculos, la síntesis de proteínas y la liberación de la hormona del crecimiento, algunas de las cuales se producen exclusivamente mientras dormimos.  Durante la vigilia nuestro cerebro va acumulando adenosina, una substancia que se utiliza en muchas reacciones bioquímicas. A medida que la adenosina se va acumulando nos va entrando sueño de manera que cuando los niveles son muy altos se desemboca ineludiblemente en dormir. Durante el sueño estos altos niveles de adenosina se eliminan y por eso al despertar nos sentimos más activos y despejados. Si queremos lograr esto mismo durante la vigilia o el sueño no ha sido todo lo reparador que debiera podemos tomar cafeína que actúa como inhibidor de la adenosina. 

Parece ser que durante este proceso de "limpieza" el cerebro ordena las informaciones recibidas y elimina aquellas que no son útiles. Este intenso trabajo de limpieza y clasificación es la razón por la cual soñamos.  Dormir ambién sirve para ordenar y fijar los recuerdos. Si estamos estudiando lo mejor es dormir un número razonable de horas y la materia en estudio se fijará de forma más duradera que si no lo hiciéramos o recurriéramos a fármacos que inhibieran el proceso.
Dormir al menos 8 horas al día es bueno para nuestra salud y también para tener un aspecto más juvenil.

La teoría más reciente sobre la razón por la cual dormimos se denomina plasticidad cerebral. La plasticidad cerebral se refiere a los cambios que el cerebro experimenta mientras dormimos y que afectan a las capacidades cognitivas. Los bebés, en plena fase de construcción de sus capacidades cognitivas,  duermen alrededor de 14 horas al día y la mitad del tiempo en fase REM, que es la fase en que se generan los sueños. Este proceso también sucede en los adultos, a menor escala, y es imprescindible para poseer una buena salud : privar a un adulto de un sueño consistente y tranquilo genera a corto-medio plazo problemas graves de salud.

El consejo siempre es el mismo : dormir 8 horas al menos durante el día es garante de buena salud.


domingo, 12 de febrero de 2012

El color de nuestra piel

El color de nuestra piel ha servido de base a numerosas teorías racistas que "animaron" considerablemente la historia de la humanidad durante milenios. Todos aquellos que consideran la piel blanca como sinónimo de superioridad probablemente se llevarán las manos a la cabeza al enterarse que el hommo sapiens surgió de Africa con una piel de color oscura. Todas, absolutamente todas las razas de nuestro planeta, proceden de unos pocos individuos de lo que hoy llamaríamos raza negra.  
El color de la piel representa una protección contra la radiación solar. Los seres vivos son especialmente sensibles a la de tipo ultravioleta. Gran parte de esta radiación la filtra el ozono de la atmósfera terrestre pero cierta cantidad llega a la superficie del Planeta constituyendo un terrible peligro : el espectro ultravioleta puede provocar cambios en el adn de las células, causando cáncer y otras mutaciones.. Esta es la razón por la cual los humanos que viven en zonas ecuatoriales poseen una piel oscura debida a la melanina que actúa como escudo defensivo. Si los hommo sapiens surgieron de la zona ecuatorial de Africa es prácticamente imposible que poseyeran la piel clara. A medida que fueron ocupando latitudes más al norte la radiación solar era más débil y la piel se fue aclarando. El mecanismo que permitió este "desteñido" fue el equilibrio entre la Vitamina D y el ácido fólico. 
Si los seres humanos hubieran conservado la piel oscura en cualquier latitud se habrían producido problemas de crecimiento ya que la vitamina D es la encargada del paso del calcio a los huesos.  La vitamina D se crea a partir del ergosterol y el colesterol procedentes de la dieta con la ayuda de los rayos ultravioletas. Sin luz solar, no se produce vitamina D. Por tanto, cuanto más clara sea nuestra piel, en latitudes de baja radiación solar, más vitamina D se producirá. 
No obstante, aún en zonas de latitud muy norteña, pocos seres humanos poseen una piel completamente desprovista de melanina. Ocurre que un exceso de radiación ultravioleta afecta al ácido fólico el cual actúa de forma activa en el proceso de reproducción. De esta manera al ácido fólico le interesa que nuestra piel sea oscura mientras que a la vitamina D, que sea lo más clara posible.
A medida que los hommo sapiens abandonaban África para irse a vivir más hacia el norte la radiación solar disminuía, de manera que la evolución seleccionaba a aquellos individuos de piel menos oscura para no tener problemas en la producción de vitamina D, siempre y cuando el balance con respecto al ácido fólico no fuera excesivamente desfavorable. El ácido fólico es una vitamina hidrosoluble, pero a diferencia de otras vitaminas del mismo tipo - como la vitamina C - se almacena en el hígado y es menos dependiente del sol.
Aunque parezca extraño, todos los remotos antepasado de los sonrosados islandeses fueron hombres de tez muy oscura y ojos pardos. ¿Cuánto tiempo tardaron en mutar de coloración? No demasiada. Se considera que la evolución tarda entre dos y dos mil quinientos años en cambiar la coloración de la piel para adaptarse al entorno. Y es un proceso que se puede invertir. Si lleváramos población escandinava al centro de África es probable que un par de milenios, sin siquiera cruzarse con habitantes originales de su entorno, se tornaría de piel oscura. De la misma manera la población negra que fue llevada de África a los Estados Unidos se tornará con el tiempo de un color mucho más blanquecino - si no blanco -. El por qué no ha ocurrido todavía se debe a que llevan en el país apenas 300 años, insuficientes para que la evolución actúe. En otros lugares se sabe que este cambio de coloración ha ocurrido.
Cuando los arios llegaron al norte de la India desplazaron hacia el sur las poblaciones originarias que en un principio eran de tez muy clara. Han transcurrido más de cuatro mil años y hoy en día los habitantes del sur de la India, expuestos a un alto índice de radiación ultravioleta, han vuelto a ser de tez muy oscura. De hecho en este país la división en castas está muy relacionada con la coloración de la piel. La casta superior, los brahmanes, son de piel casi tan clara como los europeos mientras que los intocables la tienen muy oscura.
El por qué se suele representar a los primeros sapiens con la piel blanca se debe únicamente a un estúpido "blancocentrismo" anacrónico. Para muchos ya era dificil asumir nuestra relación con los primates como para considerar seriamente que nuestros remotos bisabuelos eran de raza negra. Y así los museos y los libros de paleontología están plagados de sapiens africanos sonrosados que sólo existieron miles de años después de su llegada a Europa y Asia.

martes, 7 de febrero de 2012

¿Por qué se utiliza la sal para evitar que las vías públicas se congelen?

El agua pura se congela a cero grados centígrados...y en el enunciado del anterior axioma se encuentra la respuesta a la pregunta que encabezaba esta entrada. Si conseguimos que la nieve - agua a fin de cuentas -  no se encuentre en estado puro el punto de congelación será diferente. Si la nieve cae en un suelo con una temperatura superior a 0 grados ésta se convertirá en agua ; pero si la temperatura es inferior al punto de congelación y cae mucha nieve, es más que probable que se acumule conviertiéndose en hielo. La manera de evitar este efecto tan perjudicial para viandantes y vehículos es esparcir sal o un compuesto similar justo en el momento en que la nieve empieza a caer. 
Cuando se inicia la precipitación de nieve los equipos de limpieza y emergencia deben estar preparados para esparcir la sal. Al principio es probable que la nieve no cuaje y se funda al contacto con el suelo, lo cual es una situación ideal : el agua disolverá la sal y no se formará hielo. Si hace mucho frío es probable que la nieve permanezca en el suelo desde el primer instante con lo que será necesario una aportación de calor para que funda. Esto se consigue con la simple fricción de las ruedas de los coches contra el asfalto o de nuestros pies sobre la calzada.
La disolución de sal en agua posee un punto de congelación muy inferior al del agua pura. Si en una cierta cantidad de líquido conseguimos que el 25% del peso total sea sal, el punto de congelación se producirá alrededor de los -23 grados centígrados. Esta concentración de sal es difícil de conseguir y en la práctica el punto de congelación acostumbra a ser más alto aunque suficiente para asegurar la circulación sin peligro de personas y vehículos frente a nevadas moderadas.
Durante una gran nevada se llegan a esparcir centenares de toneladas de sal cuya acción sobre el medio ambiente está siendo muy discutida.